José Augusto Azpúrua G.

Las realidades políticas venezolanas: Un saco de gatos













José Augusto Azpúrua G.





3erPolo
















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Hay encuestas que muestran que una tercera parte de los venezolanos no ve las elecciones o referenda como una opción que les resulte aceptable para resolver los problemas, y probablemente sea la razón que ese sector de la población no es socialista, como sí lo son (o parecen serlo) las otras dos terceras partes.

Esa tercera parte de los venezolanos que no tiene intención de voto, muy probablemente existe, porque no cree en las recetas socialistas que ofrecen tanto Chávez como la oposición.

La gente cree muchas cosas diferentes. Por ejemplo, en lo que respecta a la religión, existen tres de ellas con inmensas cantidades de miembros, e infinidad de otras con relativamente pocos adeptos. En lo que respecta a la política, existen dos vertientes poderosas, el socialismo y el capitalismo. En ellas un grupo de personas cree en la sacralidad del derecho de propiedad que confiere el trabajo productivo sobre sus frutos, y el otro cree en el poder (¿?) del Estado para alcanzar un mejor nivel de bienestar común.

Es obvio que si la mayor parte de la gente en un país se encuentra en una situación de penuria va a tender a creer en el socialismo, puesto que en ese sistema se le ofrece recibir algo a cambio de nada, como un derecho que establecen los gobernantes, quienes estarán dispuestos a quitarle por la fuerza a quien tenga para darle a quien no tenga; y en el sistema capitalista nadie tiene derecho a nada que no haya producido, y quien no tenga depende de la bondad y generosidad de quienes hayan producido.

Es un hecho que en todos los países del mundo donde se haya apoderado el gobierno del monopolio de emisión de dinero de papel (sea socialista o capitalista), el gobierno despojará a todo el mundo, puesto que el aumentar la cantidad de dinero (como todos lo hacen) tiende a despojar a unos en beneficio de otros. La única diferencia entre los países socialistas y los capitalistas es que los banqueros que aumentan también la cantidad de dinero existente, y con ello despojan a la gente, en los países socialistas son directamente parte de la burocracia gubernamental, y en los llamados capitalistas son tan sólo asociados a ella.

Es importante hacer una aclaratoria: cualquier país en el cual su gobierno se haya apoderado del monopolio en la emisión de dinero de papel - billetes de banco- es, de hecho, un gobierno socialista, puesto que, con tal acción, irrespeta la propiedad ajena.

Viendo entonces el caso de Venezuela, tenemos que percatarnos de un hecho innegable: tanto el gobierno como la oposición son socialistas, y de allí que la lucha política se centre en la personalidad de los actores políticos, y por ende que la estrategia de esa lucha se enfoque en el intento de desprestigio de esos actores.

Surge así la connotación de guerra sucia, que es una constante en la política venezolana. Hay que desprestigiar al contrario porque simplemente no se pueden combatir sus ideas que son las mismas. La única diferencia es: ¿quién va a repartir de mejor manera lo que el gobierno pueda quitarle a la población productiva?

En la discusión ideológica el argumento es diferente: ¿es justo quitarle a quien trabaja productivamente lo que ha producido para repartirlo entre otros que no produjeron?

¿Es justo que alguien reciba algo sin haber hecho nada por merecerlo?

Obviamente, en Venezuela, esta interrogante, cuya respuesta resulta clara, tiene un elemento importante: se supone que el producto del petróleo, que es un recurso natural de propiedad colectiva, debería ser repartido entre la totalidad de la población a partes iguales. Pero hay una parte del pueblo que disfruta de esa propiedad y resulta ser quienes trabajan en "la industria" y quienes se encuentran en el gobierno, que no tan sólo no reparten lo que deberían (de lo que se cogen y han cogido una enorme parte), sino que, alegando la necesidad de una mejor repartición de la riqueza, han pedido prestado en el exterior y en el interior del país enormes sumas para desviarlas también hacia sus bolsillos. Y los préstamos internos, financiados con dinero que crea el Banco Central de la nada son la causa de los aumentos nominales de precio: la tan odiada y temida inflación, que ha empobrecido a la gran mayoría del pueblo venezolano, mientras ha enriquecido obscenamente a una gran parte de la burocracia que ha estado y está en el poder. El rechazo hacia ella explica el 33% que la encuesta muestra que sienten rechazo al sistema político que ha imperado en Venezuela desde el derrocamiento de Pérez Jiménez en 1958, que es el punto donde el Banco Central deja de cumplir adecuadamente su función legal de conferir estabilidad al valor del bolívar, en tanto se asegura de que exista una adecuada provisión de circulante para cubrir las necesidades de una economía en expansión.

El problema en Venezuela es político porque no hemos podido establecer la relación causal entre lo económico y lo político. Una economía trastabillante tiene necesariamente que causar una situación política de absoluta ingobernabilidad.

Para que la política sea un intercambio pacífico es absolutamente necesario que la economía funcione adecuadamente, luego, si los políticos resultan incapaces de lograr o permitir que la justicia impere para que la economía funcione, a fin de que la gente pueda resolver sus problemas económicos con facilidad, la política será, como es y ha sido en Venezuela este último medio siglo, un saco de gatos.
















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